La política estadounidense amenaza la pluralidad de las Naciones Unidas
September 9, 202569 VistasTiempo de lectura: 2 minutos

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En un paso que suscita preguntas sobre el compromiso de Estados Unidos con las tradiciones de la diplomacia multilateral, la administración Trump está considerando imponer restricciones adicionales a la entrada de delegaciones internacionales para asistir a las reuniones de la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York. Estos movimientos vienen después de una controvertida decisión de negar una visa al presidente palestino Mahmoud Abbas, y señalan un cambio peligroso en la política exterior estadounidense.
Lo que llama la atención en la lista potencial de países objetivo es su diversidad política y geográfica. Mientras se esperaba la inclusión de países como Irán, Sudán y Zimbabue, la inclusión de Brasil - que tradicionalmente tiene un estatus honorífico en la Asamblea General - representa una sorpresa que rompe con los protocolos diplomáticos establecidos durante décadas.
Las propuestas planteadas van más allá de simplemente restringir la entrada hasta el punto de intervenir en los detalles diarios de los diplomáticos, como en el caso de prohibir a los diplomáticos iraníes comprar en tiendas mayoristas sin aprobación previa. Estas medidas muestran una tendencia a utilizar las visas no solo como una herramienta de seguridad, sino como un medio de presión política y económica.
Esta política contradice el espíritu de la "Convención de la Sede" de 1947, en la que Estados Unidos se compromete a facilitar la presencia de todas las delegaciones. También amenaza la credibilidad de las Naciones Unidas como un foro para la diplomacia plural, donde un estado anfitrión puede utilizar su autoridad en la concesión de visas como una herramienta para aislar a sus oponentes políticos.
El verdadero peligro es la transformación de la sede de las Naciones Unidas de un espacio para el diálogo global a un campo de conflictos políticos, donde se imponen restricciones basadas en posiciones políticas y no en consideraciones de seguridad objetivas. Este camino podría socavar la legitimidad de las instituciones internacionales y debilitar su capacidad para abordar problemas globales urgentes.
Estos desarrollos plantean una pregunta fundamental: ¿quiere Estados Unidos que Nueva York siga siendo la capital de la diplomacia global, o prefiere convertirla en un campo de conflictos políticos estrechos? La respuesta a esta pregunta determinará el futuro de la pluralidad internacional en los próximos años.
Lo que llama la atención en la lista potencial de países objetivo es su diversidad política y geográfica. Mientras se esperaba la inclusión de países como Irán, Sudán y Zimbabue, la inclusión de Brasil - que tradicionalmente tiene un estatus honorífico en la Asamblea General - representa una sorpresa que rompe con los protocolos diplomáticos establecidos durante décadas.
Las propuestas planteadas van más allá de simplemente restringir la entrada hasta el punto de intervenir en los detalles diarios de los diplomáticos, como en el caso de prohibir a los diplomáticos iraníes comprar en tiendas mayoristas sin aprobación previa. Estas medidas muestran una tendencia a utilizar las visas no solo como una herramienta de seguridad, sino como un medio de presión política y económica.
Esta política contradice el espíritu de la "Convención de la Sede" de 1947, en la que Estados Unidos se compromete a facilitar la presencia de todas las delegaciones. También amenaza la credibilidad de las Naciones Unidas como un foro para la diplomacia plural, donde un estado anfitrión puede utilizar su autoridad en la concesión de visas como una herramienta para aislar a sus oponentes políticos.
El verdadero peligro es la transformación de la sede de las Naciones Unidas de un espacio para el diálogo global a un campo de conflictos políticos, donde se imponen restricciones basadas en posiciones políticas y no en consideraciones de seguridad objetivas. Este camino podría socavar la legitimidad de las instituciones internacionales y debilitar su capacidad para abordar problemas globales urgentes.
Estos desarrollos plantean una pregunta fundamental: ¿quiere Estados Unidos que Nueva York siga siendo la capital de la diplomacia global, o prefiere convertirla en un campo de conflictos políticos estrechos? La respuesta a esta pregunta determinará el futuro de la pluralidad internacional en los próximos años.