Siria y la lucha de las grandes potencias sobre las ruinas de la guerra

Washington ve en la caída del régimen de Assad una oportunidad dorada para lograr lo que ha fracasado durante décadas, que es sacar a Siria del eje ruso-iraní. La visita del presidente estadounidense Donald Trump a Arabia Saudita y su encuentro con el ministro de Relaciones Exteriores, y el levantamiento de las sanciones occidentales sobre Damasco, no fueron solo pasos diplomáticos pasajeros, sino parte de una estrategia más amplia para vincular a Siria con Occidente y convertirla en un aliado estratégico. Sin embargo, el nuevo gobierno sirio, a pesar de su apertura hacia Occidente, es consciente de que depender completamente de Estados Unidos significa perder cualquier carta de negociación con Moscú o Pekín. Además, la calle siria, que ha sufrido durante décadas bajo un régimen totalitario, no aceptará fácilmente que su país se convierta en una base militar o política para ninguna potencia extranjera.
En cuanto a Rusia, todavía posee cartas importantes, la más destacada es la base militar en Tartus, que se considera su puerta de entrada a la influencia en el Mediterráneo. La visita del ministro de Relaciones Exteriores sirio, Asaad al-Shabani, a Moscú, confirma que Damasco no quiere cortar completamente los puentes con el Kremlin.
Pero el mayor desafío para Rusia es convencer al nuevo liderazgo sirio de que puede ofrecer más de lo que ofrece Occidente. En medio de las sanciones occidentales a Moscú debido a la guerra en Ucrania y la caída de su economía, le resulta difícil competir con las inversiones estadounidenses o del Golfo en la reconstrucción.
Mientras la competencia entre Estados Unidos y Rusia se intensifica, China entra por la puerta trasera, llevando una maleta llena de inversiones. La iniciativa de "la Franja y la Ruta" le otorga a Pekín una carta ganadora en Siria, especialmente porque Damasco necesita urgentemente cientos de miles de millones para la reconstrucción. China siempre ha estado interesada en presentarse como un socio económico no político, lo que la convierte en una opción relativamente aceptable para el gobierno sirio.
Sin embargo, China enfrenta otro desafío: ¿cómo invertir en Siria sin provocar a Washington? La feroz competencia entre Estados Unidos y China a nivel mundial podría impedir que Siria se convierta en una parada principal en los proyectos de Pekín. Además, la disminución de la influencia iraní en Siria podría abrir la puerta a China para llenar el vacío, pero eso no será fácil bajo la vigilancia estadounidense.
El nuevo gobierno sirio, por un lado, necesita el apoyo occidental para salvar su economía en ruinas, y por otro lado, no puede prescindir de los rusos y chinos, que pueden ser más lentos en dar, pero son menos exigentes que Occidente cuando se trata de soberanía.
El escenario más probable es que Damasco intente jugar en todos los frentes, adoptando una política de "no alineamiento práctico", es decir, abriéndose a todos sin depender de ninguno. Pero esta opción está llena de riesgos, ya que las grandes potencias no ofrecen nada gratis.
Al final, Siria se encuentra en una encrucijada: o logra aprovechar esta competencia internacional en beneficio de la reconstrucción de un estado estable, o se convierte en otro campo de guerras por poder, donde los sirios paguen el precio una vez más. Y la elección entre estos dos caminos no se determinará en Moscú, Washington o Pekín, sino en Damasco misma.