Bikini para los ricos, burkini para los pobres: Un análisis de la decisión del Ministerio de Turismo de Siria

En una decisión que ha generado un amplio debate, el Ministerio de Turismo de Siria anunció que en las playas de los resorts clasificados con 4 estrellas o más, se permite el uso de trajes de baño (bikini), mientras que en las playas de resorts de menor categoría o playas públicas, se exige el uso del traje de baño conocido como burkini.
A primera vista, la decisión puede parecer un intento de regular el comportamiento en las playas o lograr una especie de "armonía cultural", pero al reflexionar, se revela que la esencia de la decisión no tiene que ver con la modestia o apertura, sino que consagra una clara división de clases basada en la capacidad económica de las personas, no en criterios legales o éticos claros.
Duplicidad de estándares:
La decisión implícitamente asume que las libertades personales, como la elección de trajes de baño, no son derechos humanos fundamentales, sino privilegios otorgados a cambio de dinero. Así, el rico que puede acceder a un resort de cinco estrellas tiene derecho a expresarse libremente y vestir como desee, mientras que al pobre se le obliga a cumplir con las "normas de la sociedad".
Esta propuesta no solo es excluyente, sino que vacía el concepto de modestia de su significado, convirtiéndolo en un instrumento para controlar los precios en lugar de los valores.
¿Estamos frente a un control o una exhibición?
Si el Ministerio realmente estuviera comprometido con preservar la "decencia pública", aplicaría las mismas reglas en todas las playas. Vincular la disciplina moral con la clasificación del hotel revela una falla profunda en la filosofía de la administración pública, donde se equipara la ley con las tarifas.
Lo más preocupante es que este tipo de decisiones fomenta la división social y profundiza la brecha entre las clases sociales:
El pobre debe ser "conservador".
El rico puede ser "abierto".
Y el "Estado" supervisa la apariencia, no el contenido.
Impacto en la imagen del país:
En un momento en el que los países buscan presentarse como destinos turísticos inclusivos que respetan la diversidad, esta decisión divide incluso la libertad de vestimenta según clasificaciones turísticas. Esto no solo afecta al interior de Siria, sino que distorsiona la imagen del país ante el mundo, mostrando una contradicción flagrante en el discurso turístico:
¿Cómo se puede fomentar el turismo y la apertura, mientras se imponen restricciones morales solo a los pobres?
¿Cómo se pueden proclamar consignas de "dar la bienvenida a todos", mientras se restringe la vestimenta según la capacidad económica?
Lo que necesitamos hoy es un enfoque justo, unificado que respete la libertad personal de todos, y que diferencie entre el ámbito moral y el ámbito de clase. El respeto por la vestimenta no se logra imponiéndola a un grupo sobre otro, sino estableciendo criterios claros que incluyan a todos o permitiendo a las personas elegir sin infringir la ley o dañar a otros.
Esta decisión, aunque parezca un detalle menor, encierra en su interior un pequeño modelo de un problema mayor en la forma en que se ve al ciudadano y se entienden los derechos y libertades. Las libertades no deben medirse por propinas o por la clasificación del hotel. O bien creemos en la libertad y dignidad del individuo, o reconocemos que vivimos en una realidad donde la clase social incluso controla "el metro de tela".